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Ocho pintores costarricenses y una tradición
Carlos Francisco Echeverría

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AMIGHETTI
Ministerio de Cultura Juventud y Deportes
Museo de Arte Costarricense
Exposición Retrospectiva y Contextual

En la cromoxilografía, género que Amighetti ha estado cultivando casi con absoluta exclusividad desde 1968, ha logrado incorporar los elementos plásticos que le son más propios: la profundidad en el trazo, y la presencia —subordinada, pero imprescindible— del color. La cromoxilografía permite, por otra parte, una amplia valorización .de las texturas y vetas de la madera, factor que Amighetti ha sabido explotar como muy pocos.

En pleno dominio de los elementos técnicos, el tema adquiere preeminencia al ser tratado libre e imaginativamente. Lo más profundo de la personalidad de Amighetti se revela en la gama de sus temas predilectos, de sus temas amados: los niños, el erotismo de las mujeres tropicales y la aspereza de sus hombres, y los ancianos.

La infancia está valorada en la obra de Amighetti como en la de muy pocos artistas contemporáneos. Amighetti repara sobre todo en la condición del niño como contemplador profundo, como sensor exacerbado. Los niños de Amighetti no están allí para despertar los sentimientos maternales o paternales del espectador, ni para evocar la ternura con que el artista se aproxima al tema. Por el contrario, son, en rigor, los protagonistas de la obra, y es por medio de ellos que tenemos acceso a uno de los aspectos más profundos de la percepción del mundo de Amighetti. Un vasto sentimiento cósmico está presente en "El niño y la nube": el niño que contempla hasta ser uno con el objeto contemplado, y en "La niña y el viento" y el "Niño a caballo", en donde el personaje se convierte en un sensor absoluto, totalmente permeable a las sensaciones suscitadas por los elementos de la naturaleza: el viento y el oscuro calor del crepúsculo en la costa. Difícilmente podríamos evocar tal entrega a la existencia en su manifestación más rotunda si no por medio de la experiencia infantil. Amighetti nos presenta así al niño que más a menudo obliteramos: el niño cósmico, profundamente perceptivo, entregado por completo al acto de vivir, con una sensibilidad que el tiempo luego irá llenando de escamas.

Francisco Amighetti habita un país en el que la voluptuosidad es celosamente cultivada por las mujeres, y ávidamente sobrevalorada por los hombres. Se trata no de una voluptuosidad enfermiza y decadente, sino de una voluptuosidad vital, que lleva dentro de sí un cierto culto a la juventud. La fibra y las vetas de la madera se convierten así, en muchas de las cromoxilografías de Amighetti, en la tensión de las formas prietas de la mujer criolla. "La modelo" es paradigma del erotismo amighettiano, también presente con inusi¬tada intensidad, en "La conversación". Es esta última xilografía, en la que dos hombres ásperos y rudos conversan, evidentemente, sobre una mujer, ésta se hace presente como evocación en el plano superior del cuadro, desnuda y con sus formas sensualmente destacadas, en lo que constituye un acierto plástico sólo posible en quien posee la experiencia de un maestro, junto con un afán de mostrarlo todo en el que convergen el expresionista y el primitivo. En "Esfinges" la presencia erótica de las mujeres en el balcón de un hotel de puerto está presidida por la redondez de la luna, que ilumina y fortalece la de las formas femeninas y, una vez más, por la avidez de los hombres que se encuentran en la calle.

La redondez de las formas femeninas contrasta en Amighetti con la dureza de los rasgos masculinos, muchas veces presentes también en rostros de mujeres. Las caras de los hombres de Amighetti están llenas de aristas, y en ocasiones de formas casi geométricas, como en el gran "Friso de los observadores observados" (1972), grabado de una concentración dramática casi aterradora. En la "Pelea de gallos", en "Toros y gente", en "Autorretrato con antepasados", en "Discordia" I y II, en "Hombres y máscaras", en "Los que van", y en muchos otros grabados recientes, esas formas angulosas, contras¬tadas a menudo con la hueca redondez de los ojos, llegan a constituir casi un lenguaje autónomo de carácter abstracto, un testimonio o retrato de la vida, áspera y violenta, llena de corrientes encontradas de energía que brotan como chispas candentes en la superficie del cuadro.

Gran parte de la obra de Amighetti se genera en el asombro, y nada lo produce más en este ser pacífico y sereno que la violencia de los hombres. Podría escribirse todo un ensayo sobre la violencia en la obra de Amighetti, pero ése no es nuestro propósito ahora. Cabe, señalar, no obstante, que dentro del contexto del arte costarricense, Amighetti es el único que se ha enfrentado, sin aspavientos, a la dimensión trágica presente en la vida de nuestros campesinos. Y lo ha hecho no describiendo escenas patéticas, ni figurando torpemente campesinos oprimidos bajo la bota del patrón, sino mostrando la forma en que la tragedia cotidiana se ha ido incorporando en los rostros de esos hombres, curtidos por el sol y la amargura.

Desde siempre Amighetti se ha interesado por figurar ancianos y ancianas. "Los viejos", "La ventana blanca", "La Cruz", "Las beatas y la virgen", "Asilo de Ancianos" I y II, "Vieja, niño y nagual" y "Cabeza de vieja" son algunas de las manifestaciones del tema en la producción de cromoxilografías de los últimos años que venimos comentando. Entre ellas, dos destacan como piezas cumbre dentro de la producción de Amighetti. Se trata de "La ventana blanca" y "Cabeza de vieja". Ambas son piezas realizadas dentro de la gama del blanco y el negro, y dentro de propósitos más o menos esquemáticos que acentúan su condición de "negativos", de presencias casi espectrales, particularmente en el caso de "La ventana blanca". Son retratos no del camino hacia la muerte, sino de la aceptación de la muerte. Están exentos de toda emoción, salvo por la presencia de algunos tonos que apenas evocan la tristeza en la "Cabeza de vieja". En ésta hay un énfasis en la resignación, y en el desgaste producido por los años en ese rostro velado, agobiado, que sigue la inclinación de las vetas de la lámina y parece venir hacia nosotros buscando un punto de reposo, un ámbito cálido en el que la muerte sea propicia. En "La ventana blanca", hay reposo y serenidad en el vistazo retrospectivo que el hombre da a la vida, desde el fondo límpida¬mente blanco de su ventana.

Nuestra proclividad a lo trágico podría señalar estas dos obras, resultado de las reflexiones y de la exploración plástica de Amighetti sobre el tema de la ancianidad, como sus dos más altas realizaciones. ¿Es importante determinarlo? No. Están allí como testimonio de una profundidad que hoy muchos no pueden percibir, no digamos entender. Están allí como resultado maduro de una obra de creación plástica cuya total comprensión nos exige una pureza de visión que sólo el trabajo, la humildad y la honestidad pueden ir creando en nosotros. Como toda verdadera obra de arte, estas cromoxilografías de Amighetti son a la vez un reto y una invitación hacia formas más plenas de existir.

Una vez hecho manifiesto todo el bagaje de sensaciones, convicciones y propósitos artísticos tan largamente gestados durante décadas enteras dedicadas a la creación y la reflexión artísticas, Francisco Amighetti sigue desenterrando recuerdos, apuntes, dibujos que dan lugar, invariablemente, a cromoxilografías sobre un solo gran tema: la vida, pero no la vida inventada, imaginada o deducida de la conceptualización, sino la vida observada, sentida y amada por quien la ha atravesado consciente de cada paso, y de su silenciosa pero trascendental vocación de artista.

Francisco Amighetti

 

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