Francisco en Costa Rica



Manzanares

Manzanares, llegaba al salón grande donde estábamos todos los oficinistas, arrastrando casi la caja oscura de su violonchelo; a veces entraba con su impermeable mojado, dejando en el suelo una estela de agua. Manzanares era pequeño, y para él, más que para otros, se habían hecho aquellos bancos como los de los bares, que en este caso le servían para escribir sentado sobre las mesas altas, en donde se llevaba la contabilidad de la Tributación Directa.

Manzanares colocaba su violonchelo en un rincón, y cuando la sala llena de escribientes, cerraba para el público, desenfundaba su instrumento, y sentado en el mismo banco en que escribía, se ponía a estudiar, pasando el arco lentamente para arrancarle al instrumento sus quejidos más graves.

Los huesos de su cara eran anchos y estaba consumido por la tuberculosis. Su rostro era oscuro. Era joven pero lo cetrino de su tez no estaba en su edad, más bien en su condición de enfermo; andaba lentamente y jadeaba al hablar.

Todos sabíamos de su enfermedad, a la cual se sumaba el problema de que trabajaba hasta muy tarde en orquestas nocturnas, porque el sueldo de la Tributación Directa, no bastaba para mantener su familia.

Sabiendo estas cosas, cuando veía entrar a Manzanares, o salir, casi arrastrando su violonchelo en su funda de madera pintada de negro, me parecía que llevaba a cuestas su propio féretro.


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